Revolución
en las trece colonias norteamericanas.
Los prósperos orígenes: antecedentes y causas
de la revolución.
Desde los primeros asentamientos de los
europeos hasta la Independencia la sociedad de los blancos de Norteamérica fue
fundamentalmente, por utilizar la precisa expresión de Louis Hartz, “un
fragmento de Europa”. (...) La base de su creciente prosperidad fue la
necesidad continua de los productos americanos en toda Europa.
Y, finalmente, las rivalidades entre
las grandes potencias europeas –sobre todo la competencia entre
Francia e Inglaterra por el predominio en el continente norteamericano-
hicieron posible la afirmación militar y diplomática de la independencia. (...)
En 1763, con la firma del tratado de paz tras la guerra de los Siete Años, Francia tuvo que cederle a
la Gran Bretaña sus territorios norteamericanos hasta el Misisipi. Con el fin
de arrancarle de nuevo al gran rival un trozo de su imperio, Luis XVI apoyó a
los colonos rebeldes mediante envíos de armas y préstamos, y, finalmente con la
intervención de la flota francesa.
(...) En América lucharon emigrantes europeos
por su autodeterminación, con el apoyo militar de varias
potencias europeas.
(...) La revolución americana fue una revolución
burguesa por excelencia: la toma del poder violenta por una gran
parte de las capas altas y medias de la burguesía colonial europea en contra de
la pretensión de dominio de una monarquía constitucional. De ahí que la lucha
por la independencia no condujera a un derrumbamiento del orden social ni a una
transformación social.(...) no fue, pues, el último acto desesperado de
resistencia de los colonos explotados, sino el primer acto de defensa de las
posibilidades de desarrollo de una nueva economía nacional.
El fundamento ideológico: Algunos aspectos del primitivo puritanismo habían entrado a formar parte
de las nuevas concepciones, pero, en su manifestación pura, el calvinismo había
perdido influencia también en Nueva Inglaterra hacia 1760, teniendo que cederle
el puesto a los valores de la Ilustración, que ya no tenían solamente una
fundamentación religiosa. Ya habían pasado los tiempos de los primeros
asentamientos homogéneos. (...) No fue una opresión política del tipo de un
anciano régimen del continente europeo lo que impulsó a los americanos a la
lucha por la “libertad” y la “república”. No fue la ruina económica, provocada
por leyes relativas al comercio y al
transporte marítimo, lo que convirtió en
rebeldes a comerciantes y plantadores.
En América lucharon emigrantes europeos por su
autodeterminación, con el apoyo militar de varias potencias europeas. Inglaterra
opinión dividida: (...) aproximadamente un tercio era de leales a
Gran Bretaña o “torie”, mientras que otro tercio era de neutrales o
indiferentes. La lucha por al independencia americana fue apoyada por una
minoría voluntarista que quería imponer su deseo y mantuvo la guerra con gran
dificultad durante siete largos años. Su éxito se debió en parte a la división
de la opinión en Gran Bretaña, ya que una minoría no desdeñable de la sociedad
británica simpatizaba con los colonos americanos.
Experiencia americana: (...) los americanos con frecuencia, y desde el principio, codificaban
sus derechos en documentos fundamentales. Quizá la más destacada de esas cartas
coloniales de libertad fue el Body of Liberties de Massachussets, adoptado en
1641, cincuenta años antes de la Declaración de Derechos inglesa y 150 antes de
la Declaración americana de Derechos.
Relativa independencia desde antes: Un principio básico del sistema colonial inglés y americano
de gobierno garantizaba que la Cámara de los Comunes en Inglaterra y las
asambleas coloniales en América tenían autoridad exclusiva para emitir papel
moneda, papel que la Cámara de los Lores en Inglaterra y los consejos de
gobernadores en América podían aceptar o rechazar, pero no alterar. Todos los
salarios de los funcionarios coloniales en América eran pagados por las
asambleas.
Las causas directas: La causa principal de la revolución consistió más bien en la confluencia
de dos tipos de desarrollo que se excluían mutuamente: la creciente autonomía
económica y política de las sociedades coloniales y la política colonial
imperialista que se implantó a partir de 1763. En una caricatura aparecida en
Londres en febrero de 1776 se ridiculizaba la miopía de esa política: el
incapaz gabinete contempla cómo el primer ministro mata al ganso cuyo provecho
anterior se muestra en una cesta de huevos de oro colocada al fondo. (...) Tras
el fin de las guerras francesa e india en
1763, el Parlamento comenzó una nueva política
imperial. La vieja línea de negligencia benigna dio paso a una enérgica
recaudación de ingresos en las colonias, por parte de la Corona, para sufragar
los gastos de defensa y administración. Para financiar esta nueva política, el
Parlamento aprobó nuevos impuestos para las colonias y modernizó y reforzó sus
sistemas de aduanas en América, a fin de cobrar con más eficacia las tasas de
importación. Para asegurarse de que se cumplían las nuevas leyes, el Parlamento
estacionó varios regimientos del ejército en Boston y Nueva York.
Lo que los americanos y quienes les apoyaban en
Gran Bretaña, argumentaban, sin embargo, era que las tasas de importación que
el Parlamento había hecho entrar en vigor con el fin de incrementar los
ingresos, en lugar de regular el comercio colonial, eran inconstitucionales, es
decir, que desafiaban el precedente secular, que sólo permitía que fueran los
representantes directos del pueblo quienes pudieran aprobar nuevos impuestos.
La unión americana ante la
“injusticia”: lista de leyes creadas por
Inglaterra que unieron aún más a los norte americanos:
“Proclamation Line” de 1763, que
prohibía el establecimiento de colonias más allá de los Apalaches;
los impuestos de “Grenville” de 1764
para pagar salarios de los gobernadores y jueces;
la “Sugar Act” de 1764 impuesto al
azúcar;
la “Currency Act” de 1764 que prohibía
que las colonias emitieran papel moneda;
la “Stamp Act” (ley del timbre) de 1765
que imponía un impuesto sobre el consumo;
la “Quartering Act” de 1765 que disponía
el mantenimiento de un ejército en las colonias en tiempos de paz;
la “Declaratory Act” de 1766 que
garantizaba la supremacía del Parlamento sobre las colonias “en cualquier
caso”;
los impuestos “Townsend” de 1767 creando
otra tasa;1
la “Tea Act” de 1779 que daba a las
Compañía de las Indias Orientales el monopolio sobre la importación de Té a las
colonias;
las leyes intolerables de 1774 que castigaban a
Massachussets por las acciones de un puñado de radicales, que tiraron un
cargamento de té al mar en el puerto de Boston[1],
que motivaron la formación de un sistema inter colonial de comités de
correspondencia, que abrieron camino a la convocatoria del Primer Congreso
Continental, en septiembre de 1774;
El Parlamento estaba autorizado a regular el
comercio en el imperio, pero no podía imponerle tributos directamente a los
colonos; sus vidas, sus libertades y sus propiedades se encontraban bajo la
protección de la constitución inglesa, al igual que los derechos de sus otros
súbditos en Inglaterra. El Congreso llamó a los colonos a aplicar estrictamente
el boicot a todas las mercancías de Inglaterra.
El cambio más significativo afectaba a la
eliminación de una condena al rey por su reiterado veto de las leyes coloniales
que prohibían la trata de esclavos africanos. Jefferson había acusado al rey de
sucumbir a las presiones de la Royal African Company para mantener en marcha el
lucrativo comercio. Los delegados del Sur Profundo (Georgia y Carolina del
Norte y del Sur) se sintieron incómodos con esta crítica, porque sus colonias
querían que la trata de esclavos continuara. Algunos delegados de las colonias
del Norte, concretamente Rhode Island y Massachussets, se sentían incómodos
ante la acusación al rey, ya que ellas habían controlado ese comercio.
Fundamentos ideológicos: El miembro de la Cámara de Representantes, Tomas Jefferson, redactó las
instrucciones de los delegados de Virginia en el Congreso Continental. En él,
atacaba la aparentemente coordinada política represiva británica: “Apenas han
podido salir nuestras mentes del asombro en el que nos ha sumido un golpe de
trueno parlamentario antes de que otro, más pesado y alarmante, caiga sobre
nosotros. Los actos únicos de tiranía se pueden achacar a la opinión accidental
del día, pero una serie de opresiones, comenzadas en un período distinguido, y
mantenidas de forma inalterable por todos los cambios de ministros, demuestran,
con demasiada obviedad, un plan deliberado y sistemático para reducirnos a la
esclavitud”.
Quizás el acontecimiento más importante que
llevó a la Declaración de Independencia fue la publicación, en enero de 1776,
del panfleto “Sentido Común”, de Thomas Paine. En un lenguaje simple y
enérgico, Paine electrificó al continente. “La causa de América –escribió- es
en gran medida la causa de toda la humanidad (...) El sol nunca ha brillado
sobre una causa de más importancia. No se trata de un asunto que afecte a una
ciudad, un condado, una provincia o un reino, sino a un continente”. Paine
añadió: “Está en nuestro poder empezar el mundo de nuevo. Una situación como la
presente no se ha producido desde los días de Noé hasta hoy. El nacimiento de
un nuevo mundo está alcance de la mano, y una raza de hombres, quizás tan
numerosos como todos los que contiene Europa, va a recibir su porción de libertad
de los acontecimientos de los próximos meses”. Este “manifiesto (debería) ser
publicado y enviado a las cortes extranjeras, explicando las miserias que hemos
sufrido y los métodos pacíficos que hemos usado inútilmente para obtener
justicia, declarando a la vez que, no pudiendo por más tiempo vivir con
felicidad o seguridad bajo la cruel disposición de la corte británica, nos
hemos visto empujados a romper todas nuestras conexiones con ella”.
El 10 de mayo de 1776, el Segundo Congreso
Continental aprobó una resolución recomendando que las convenciones
revolucionarias provinciales que operaban en las colonias establecieran
gobiernos permanentes responsables ante el pueblo. Cinco días más tarde, el
Congreso adoptó un preámbulo a la resolución incluso más provocativo. Escrito
por John Adams, esta afirmación introductoria justificaba la creación de nuevos
gobiernos porque el rey y el parlamento habían declarado a las colonias en
rebelión y fuera de la protección de la Corona, por lo que no se esperaba que
se produjeran respuestas a las peticiones americanas y la reconciliación con
Gran Bretaña parecía improbable. Años después, Adams se refirió a estas
acciones como la auténtica declaración de independencia. El 2 de julio de 1776,
finalmente, el Congreso continental establecía por unanimidad: “Estas colonias
unidas son, y por derecho deben ser, Estados libres e independientes”.
4 de julio La Declaración de
independencia se puede dividir en seis
partes: la introducción, el preámbulo, las acusaciones contra el rey y el
Parlamento, la denuncia del pueblo británico y la conclusión. La introducción
consiste en una larga frase: “Cuando en el curso de los acontecimientos humanos
se hace necesario para un pueblo disolver los lazos políticos que le han
conectado a otro y asumir entre los poderes de la tierra la situación separada
e igual a la que las leyes de la naturaleza y la naturaleza de Dios le dan
derecho, un respeto decente a las opiniones de la humanidad requiere que se
declaren las causa que les impulsan a la separación”. En esta frase, Jefferson
colocaba el acontecimiento contemporáneo en el amplio discurrir de la Historia
de la Humanidad. Jefferson basó el derecho del pueblo americano a un Estado
independiente en la ley natural, no en los derechos de los ingleses, a los que
la Declaración ignora por completo como cimiento de los derechos americanos.
“Sostenemos que estas verdades son evidentes
por sí mismas, que todos los hombres fueron creados iguales, que han sido
dotados por su creador de ciertos derechos inalienables, que entre ellos se
encuentran la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. Que para
garantizar estos derechos, se instituyen entre los Hombres los Gobiernos, que
derivan sus justos poderes del consenso de los gobernados. Que cada vez que
cualquier Forma de Gobierno se convierte en destructiva para estas metas, el
Pueblo tiene Derecho a alterarlo o abolirlo y a instituir un nuevo Gobierno,
cuyos cimientos estén en estos principios, y a organizar los poderes en la
forma que le parezca que con más probabilidad defienda su Seguridad y
Felicidad. La Prudencia, sin duda, dictará que no se cambien gobiernos
establecidos durante mucho tiempo por causas de poca importancia y
transitorias; y así la experiencia ha demostrado que el hombre está más dispuesto
a sufrir, mientras los males sean soportables, que a desagraviarse aboliendo
las formas a las que está acostumbrado. Pero cuando un largo tren de abusos y
usurpaciones, que persigue invariablemente el mismo objeto, muestra el deseo de
reducirle a un Despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar a ese
Gobierno y proporcionarse nuevas salvaguardas para su futura seguridad.
Por Felicidad, Jefferson se refería tanto al
concepto de Locke, de la posibilidad de tener y disfrutar de propiedad, como al
sentido más amplio de una sociedad próspera, pacífica y libre. Dada la
naturaleza del hombre, los gobiernos han hallado necesario preservar los derechos de la mayoría y de los débiles
frente a unos pocos depredadores más fuertes. Pero el propio gobierno puede
llegar a ser corrupto y opresor. Cuando esto ocurre, es el derecho y el deber
del hombre derrocar al gobierno despótico y sustituirlo por uno nuevo que le
ofrezca la seguridad adecuada.
“La historia del actual rey de la Gran Bretaña
es una historia de repetidas injurias y usurpaciones, todas las cuales tienen
como objeto directo el establecimiento de una Tiranía absoluta sobre estos
Estados”.
No fueron móviles democráticos –radicales ni
proyectos de reforma social lo que impulsaron a la élite política, reunida en
1776 en Filadelfia, a manifestarse de este modo por la soberanía popular, por
el postulado de la igualdad entre los hombres y por el derecho de los
gobernados a destituir a los gobernantes que se opusiesen a los intereses del pueblo, definidos como
“vida, libertad y búsqueda de la felicidad”. La necesidad de justificar la
independencia de un nuevo Estado ante las viejas potencias de Europa fue lo que
condujo a esa proclamación de nuevos principios del poder legítimo.
“Nosotros, los representantes de los Estados
Unidos de América, reunidos en Congreso general, apelando al Juez Supremo del
Universo que conoce la rectitud de nuestras intenciones, hacemos público y
declaramos solemnemente, en nombre y con la autoridad del Buen Pueblo de estas
Colonias, que estas Colonias son y tienen derecho de ser estados libres e
independientes; que están desligadas de toda obediencia hacia la Corona de Gran
Bretaña; que cualquier unión política entre ellas y el Estado de Gran Bretaña
queda y debe quedar completamente rota...”
Hacia un gobierno federal: El movimiento por la transformación del Congreso continental en un
gobierno federal con amplias atribuciones fue impulsado por un sector de la
población que se imaginaba a la futura América como un imperio comercial que no
estuviese subordinado a las grandes potencias europeas. ¿Por qué habrían de
vegetar las trece repúblicas como satisfechos países agrarios de segunda fila?
Unidos podían llegar a formar un “American empire” próspero, orientado a la
colonización y explotación de todo el continente y al comercio con todos los
países.
El Congreso de las Confederación, con sus
comisiones, habría de ser reemplazado por un gobierno federal, que, siguiendo
el ejemplo de los gobiernos de los diversos estados, estaría dividido en tres
poderes: legislativo, ejecutivo y judicial.
La constitución es una notoria combinación de
un gobierno unificado central por un
lado y de derechos individuales estatales y locales por otro. Uno de los
aspectos más destacables de la nueva Constitución americana era su combinación
equilibrada de un gobierno central con limitaciones a los poderes
gubernamentales.
1 Este hecho
fue causa directa de la llamada “matanza de Boston donde 5 ciudadanos que se
oponían a los impuestos fueron asesinados por una unidad armada del ejército
inglés.
[1] En Boston
atracó un barco cargado con té y en diciembre de 1773, su cargamento de 342
cajas fue arrojado al puerto por los Hijos de la Libertad, disfrazados de
indios mohicanos. Como el sistema judicial de Boston se encontraba al borde del
colapso, en vez de detener y juzgar a los sospechosos del delito, el Parlamento
británico, enfurecido, adoptó una serie de medidas de castigo para dar a Boston
y las otras colonias una lección. Hasta que Boston compensara a los
propietarios del té, el puerto quedaría cerrado al comercio y se suspendía la
Carta Real de Massachussets. Se implantó un gobierno militar.
Los líderes
patriotas de todas las colonias denunciaron la severidad de las actuaciones del
Parlamento.