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sábado, 19 de mayo de 2012

Teóricos que justifican el Absolutismo


Teorías absolutistas:

 

Thomas Hobbes


Un hombre de gabinete, estudioso, solitario y más bien timorato. Una obra de una amplitud y de un rigor sin paralelo posible en filosofía política del siglo XVII, de una audacia tranquila que suscitó el horror de los católicos, de los obispos anglicanos, de los defensores de la libertad política y hasta de los particulares de los Estuardos. Para Leibniz, “el Leviatán es una obra monstruosa, como su mismo título indica”.

Firme partidario al principio de los Estuardos, Hobbes (1588- 1679) fija su residencia en Francia en 1640 y pasa once años en exilio voluntario. No se halla en Inglaterra cuando Carlos I es ejecutado; el Leviatán (1651) es la obra de un emigrado. Con frecuancia se ha afirmado que Hobbes, al escribir este libro, pretendía presentar sus respetos a los poderosos del momento. Cuando regresa a Inglaterra, no recobra la confianza que gozaba antes de 1640. Sospechoso tanto para unos como para otros, muere en la semidesgracia. Aparte del Leviatán, las principales obras de Hobbes son los Elementos de derecho (1640); el Tratado del ciudadano (1642); el Tratado sobre la naturaleza humana y el cuerpo político y el Tratado del hombre.

Una política racionalista- Materialismo científico, mecanicismo, positivismo: la filosofía de Hobbes es fundamentalmente racionalista. Dotado de una sólida cultura científica, considera la política como una ciencia que ha de fundamentarse en justas nociones y rigurosas definiciones. Su filosofía y su política son igualmente anti- aristotélicas. Niega la existencia de ideas innatas e insiste en la importancia de las definiciones, los signos y el lenguaje. “Sin lenguaje no hubiera habido entres los hombres ni Estado ni Sociedad ni Contrato de Paz, como tampoco existen entre los leones, los osos y los lobos”.

Hobbes rechaza el recurso a lo sobrenatural. Toda su obra es una lucha contra los fantasmas, un esfuerzo por reducir a las potencias invisibles. El final del Leviatán (del que sólo suele leerse, con demasiada frecuencia, las páginas sobre el poder) es en extremo significativo a este respecto, encontrándose quizá ahí la clave de toda la obra; el último capítulo se titula “El reino de las tinieblas”, y Hobbes denuncia en él la demonología, los exorcismos y el temor al diablo, y los beneficios que de todo ello obtienen el clero. La ansiedad humana se encuentra en el origen de la religión. “El temor de una potencia invisible, sea una ficción del pensamiento o algo imaginado según las tradiciones públicamente admitidas, es la religión.”
De esta forma, la obra de Hobbes tiende a liberar al hombre de los fantasmas y el miedo. Constituye una brillante manifestación de ateísmo político.

Una filosofía del poder- Como han señalado diferentes autores –especialmente Ferdinand Tonnies y Leo Strauss-, el pensamiento de Hobbes sufrió una evolución. En los Elements of Law su filosofía política es tradicionalmente monárquica; más tarde evoluciona hacia una especie de monarquismo social. Su preferencia por la monarquía hereditaria, clara aún en el Tratado del ciudadano, desaparece casi por completo en el Leviatán. Leo Strauss, por su parte, subraya la evolución de la moral de Hobbes y discierne en su obra un relevo de las virtudes aristocráticas (honor, gloria) por las virtudes burguesas inspiradas en el temor y la prudencia.

En realidad, Hobbes, desde el comienzo al final de su vida, permanece fiel a ciertos principios. No se trata de una fidelidad a la persona del monarca, ni de una fidelidad al principio mismo de la monarquía, sino de una fidelidad al Poder. Sin duda, resultaría exagerado decir que la filosofía de Hobbes es una filosofía del ralliement; pero no que es ante todo, una filosofía del poder. En la dedicatoria del Leviatán Hobbes indica claramente que busca, en política, una vía media, una especia de justo medio.
Aunque Hobbes defiende la causa del poder absoluto, no lo hace –como Jacobo I- en nombre del derecho divino de los reyes, sino en nombre del interés de los individuos, de la conservación y de la paz. Seculariza el poder y muestra su utilidad, no su majestad.

Análisis del Poder- Es preciso distinguir varios estadios en la historia del Poder:
1° El estado de naturaleza es para Hobbes un estado de guerra y de anarquía. Los hombres son iguales por naturaleza; de la igualdad proviene la desconfianza y de la desconfianza procede la guerra de todos contra todos. “La vida es solitaria, pobre, embrutecida y corta”. No existe la noción de lo justo y de lo injusto, y tampoco la de propiedad. No hay industria, ni ciencia, ni sociedad. Hobbes se opone, con esta visión pesimista, a los teóricos del derecho natural y a todos aquellos que disciernen en el hombre una inclinación natural a la sociabilidad.
2° Hacia la sociedad civil. –Sin embargo, hay para Hobbes un derecho natural y unas leyes naturales; pero estas nociones no tienen para él la misma significación que para los teóricos del derecho natural.
El derecho natural (jus naturale) se emparenta con el instinto de conservación. Hobbes lo define como la libertad de cada cual para usar de su propio poder, en la forma que quiera, para la preservación de su propia naturaleza, es decir, de su propia vida.
En cuanto a la ley natural, es “un precepto o regla general descubierto por la razón y que prohíbe, por un lado, hacer aquello que pueda destruir su vida u obstaculizar sus medios de preservación, y por otro, dejar de hacer aquello que pueda preservar lo mejor posible su vida”.
Las dos primeras leyes naturales consisten, para Hobbes, en buscar la paz y en defenderse por todos los medios que se tengan al alcance. Ahora bien, para asegurar la paz y la seguridad, de los hombres no disponen de procedimiento mejor que establecer entre ellos un contrato y transferir al Estado los derechos que, de ser conservados, obstaculizarían la paz de la humanidad.

Son necesarias algunas observaciones:
a)       Contrariamente a Aristóteles, Hobbes estima que la sociedad política, no es un hecho natural; la considera como “el fruto artificial de un pacto voluntario, de un cálculo interesado”
b)       La soberanía esta basada en un contrato; sin embargo, no se trata de un contrato entre soberano y los súbditos, sino entre individuos que deciden darse un soberano. El contrato, lejos de limitar la soberanía, la funda;
c)       En el origen del contrato se encuentra la preocupación por la paz, preocupación fundamental en Hobbes: “Finalmente, el motivo y el fin del que renuncia a su derecho o lo transfiere, no son otros que la seguridad de su propia persona en su vida y en los medios de preservarla”.

Poder del Estado. –Así, el Estado aparece como una persona: “Una multitud constituye una sola persona cuando esta representada por un solo hombre o una persona: a condición de que sea con el consentimiento de cada uno en particular de quienes la componen”. De esta forma, el Leviatán tiene la apariencia de un gigante cuya carne es la misma carne de todos los que le han delegado el cuidado de defenderlos. Hay que llamar la atención sobre este antropomorfismo: el Estado es, sin duda gigantesco, pero conserva figura humana, relativamente benigna.
El Estado es la suma de los intereses particulares. Debe defenderse al ciudadano; este solo abandona sus derechos al Estado para ser protegido. El Estado perdería su razón de ser si la seguridad no fuese garantizada, si la obediencia no fuera respetada.
El Estado es quien fundamenta la propiedad: “Vuestra propiedad no es tal y no dura má que en tanto que place a la República”. Todo ataque al Estado es, por consiguiente, un ataque a la propiedad.
Es Estado es, a la vez, “eclesiástico y civil”. Ninguna autoridad espiritual puede oponerse al Estado. Nadie puede servir a dos señores. El soberano es el órgano no solo del Estado, sino también de la iglesia; ostenta en la mano derecha una espada y en la izquierda una cruz episcopal. De esta forma se encuentran afirmados el poder y, también, la unidad del Estado. No existe espacio para los cuerpos intermedios, para los partidos o para las facciones. En este punto Hobbes precede a Jean –Jaques Rousseau.

Límites de la soberanía. –Desde sus primeras obras, Hobbes no deja de criticar la separación de poderes, sosteniendo vigorosamente la tesis de la soberanía absoluta. El soberano no tienen ningún límite exterior a su poder. Pero es soberanamente racional: por consiguiente, no tiene el poder de hacer lo que quiera, a menos de hacer discutible su soberanía.
Hobbes estima que la soberanía tiene límites. Sus ideas a este respecto parecen haber evolucionado. En los Elements of Law e incluso en el De Cive, Hobbes habla de los deberes del soberano: pero en el Leviatán la palabra “duty” (deber) es abandonada las más de las veces por la palabra “office” (oficio).
Así, las principales limitaciones a la soberanía son la razón y, en cierta manera, la conciencia profesional del soberano. No sería razonable que el soberano no buscara el interés de su pueblo, que se confunde con su propio interés. El deber coincide con la utilidad: “El bien del soberano y el del pueblo no pueden ser separados”.

Individualismo y Utilitarismo.- El absolutismo de Hobbes está basado, en definitiva, en consideraciones utilitarias que permiten recordar a Locke y Bentham. Ese absolutismo está fuera de dudas, pero nada tienen en común con el de Bossuet. Nada debe a la fe cristiana, ni a la fidelidad al monarca, ni al deseo de mantener instituciones o preservar intereses ligados a la existencia misma de la monarquía. En realidad, Hobbes justifica el absolutismo con los argumentos que ayudarán más tarde a incoar su proceso.
Su pensamiento es esencialmente individualista. Lo que fundamenta al absolutismo es el derecho del individuoa su propia conservación. El origen del absoutismo es un egoísmo ilustrado. El individuo alcanza su perfecto desenvolvimiento en el Estado más autoritario. En éste encuentra, a la vez, su interés y su felicidad, su placer y su bienestar. La política de Hobbes es, al tiempo, un utilitarismo y un hedonismo.
Diíase que Hobbes apreció en poco a la “middle class”. Encontramos en sus obras escasas referencias a los problemas económicos que se planteaban a la burguesía inglesa. Por ello resulta aún más interesante el señalar que su obra ofrece una forma de absolutismo que tiene más que ver con las preocupaciones burguesas. En efecto, Hobbes resulta un precursor cuando impone al soberano el deber del éxito, o cuando habla más de paz y bienestar que de justicia y virtud. Sean cuales fueren sus preferencias íntimas, su obra no favorece al absolutismo real; en uan perspectiva de conjunto marcha en el sentido del liberalismo y del radicalismo.




Bossuet

Bossuet no era un pensador. Este hombre robusto de buena salud, más accesible a la cólera que a la inquietud y de una fe aparentemente inquebrantable, no se inclina ni hacia la metafísica ni hacia la mística. La historia y la política son para él corolarios de la fe. Bossuet nos trata de presentar una teoría política de conjunto.
La política de Bossuet, pedagógica o polémica, es siempre fundamentalmente católica.
La Historia tiene para Bossuet el objeto de inspirar a los príncipes saludables lecciones: “Cuando al Historia fuera inútil para los demás hombres, habría que hacérsela leer a los príncipes”.
El Discurso sobre la historia universal debe mucho a la Ciudad de Dios de San Agustín; la Historia es obra de la Providencia. Pero este providencialismo está acompañado por un determinismo a lo Polibio (que es para Bossuet el mayor historiador de la antigüedad), conduciendo todo ello a la necesidad del orden y a la legitimidad de los poderes establecidos.
Igualmente, la Historia de las variaciones es un libro de tesis; para Bossuet, las variaciones son el signo del error, y la inmutabilidad el signo de la verdad: “Todo lo que varía, todo lo que se carga de términos dudosos y encubiertos ha parecido siempre sospechoso, y no solo fraudulento, sino también absolutamente falso, porque indica confusión que la verdad no conoce en absoluto”. Así, la Reforma se reduce para Bossuet a la “rebelión de algunos hombres de Iglesia que por caprichoso inventaban nuevos dogmas y terminaban por casarse...”.
La política de Bossuet está expuesta de forma sistemática en la Política de las santas escrituras. Bossuet demuestra en esta obra que los principios de la política están contenidos en la Escritura; y aunque la apariencia del libro es “majestuosamente inactual”, las preocupaciones de actualidad resultan muy visibles.
Bossuet muestra allí una constante preocupación por el orden y la unidad: “En la unidad está la vida; fuera de la unidad, la muerte segura”.
La ley es definida así: “Reglas generales de conducta a fin de que el gobierno sea constante y uniforme”. El libro I (la obra tiene diez) contiene consejos muy precisos que parecen dirigirse más bien a los súbditos que al monarca. Trata sobre todo de demostrarles la necesidad de la obediencia mediante el argumento de autoridad (“Los apóstoles y los primeros fieles fueron siempre buenos ciudadanos) y, a la vez, mediante el argumento de utilidad (“Quien no ame a la sociedad civil de la que forma parte, es decir, al Estado en el que ha nacido, es enemigo de él mismo y de todo el género humano”).
Para Bossuet la monarquía es la forma de gobierno más común, más antigua y más natural. Pero aunque manifieste de esta forma su preferencia por la monarquía, no excluye en absoluto las demás formas de gobierno: “No hay ninguna forma de gobierno ni ninguna institución humana que no tenga sus inconvenientes; de forma que hay que permanecer en el estado al que el pueblo se ha acostumbrado por obra de un largo período de tiempo.
Por esta razón, Dios toma bajo su protección a todos los gobiernos legitimos, en cualquier forma que estén establecidos: quien pretenda derribarlos no es solo enemigo público, sino también enemigo de Dios”. De esta forma reaparece el tema de la obediencia, que domina toda la obra: Bossuet es todavía más partidario de la autoridad que de la monarquía.
La autoridad real tiene para Bossuet cuatro caracteres: es sagrada (los príncipes son los lugartenientes de Dios en la tierra), paternal (analogía con las tesis sostenidas por Filmer en Inglaterra), absoluta (pero no hay que confundir poder absoluto y poder arbitrario) y sometida, por último, a la razón (el príncipe debe actuar por la razón, y no por pasión o por humor).
Bossuet dedica un libro de su Política a enumerar los deberes de la realeza hacia la religión y hacia la justicia: “Cuando menos tiene (el rey), que dar cuentas a los hombres más tiene que dar cuentas a Dios...”, “Oh reyes, vuestro poder es divino, pero os hace débiles.
Las ideas de Bossuet sobre economía están expuestas en el décimo libro de la Política, donde se encuentra una singular justificación del mercantilismo en nombre de la Sagrada Escritura: “Un Estado floreciente es rico en oro y plata...”. “La primera fuente de toda riqueza es el comercio y la navegación”. Como Richelieu, Bossuet declara que “el príncipe debe moderar los impuestos y no debe agotar al pueblo”. “Las verdaderas riquezas de un reino son los hombres”.
El galicanismo de Bossuet. –al que recientemente A. G. Martimort a dedicado un estudio en conjunto- concuerda con las concepciones de Luis XIV. Bossuet es galicano por tradición de familia, por instinto, por formación doctrinal, pero es un galicano muy moderado. Los cuatro artículos que redacta en 1682 son todo lo romanos que podían ser en una asamblea antirromana. Niegan las pretensiones del Papado sobre le poder temporal de los reyes y afirman “que los reyes y los soberanos no se encuentran sometidos, por orden de Dios, a ningún poder eclesiástico en las cosas temporales...que sus súbditos no pueden ser dispensados de la sumisión y obediencia que les deben o absueltos de los juramentos de fidelidad y que esta doctrina, necesaria para la tranquilidad pública y no menos beneficiosa para la Iglesia que para el Estado, debe ser seguida de modo inviolable como conforme con la palabra de Dios, con la tradición de los Santos Padres y con los ejemplos de los santos”.
Bossuet ofrece así una teoría, si no original, al menos suficientemente coherente.
El absolutismo de Hobbes y el de Bossuet son , por consiguiente, de esencia profundamente diferentes: a nuestro juicio, se ha exagerado a veces la influencia que haya podido ejercer sobre Bossuet el pensamiento de Hobbes.

Textos extraídos del libro: “Historia de las ideas políticas” de P. Touchard.

jueves, 15 de abril de 2010

Selección de textos

"En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitoiros, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre; las curtidurías, a lejías cáusticas; los mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo; el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de la vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún hedor.
Y, como es natural, el hedor alcanzaba sus máximas proporciones en París, porque París era la mayor ciudad de Francia. Y dentro de París habia un lugar donde el hedor se convertía en infernal, entre la Rue aux Fers y la Rue de la Ferronnerie, o sea, el Cimetière des Innocents. Durante ochocientos años se había llevado allí a los muertos del hospital Hôtel-Dieu y de las parroquias vecinas; durante ochocientos años, carretas con docenas de cadáveres habían vaciado su carga día tras día en largas fosas y durante ochocientos años se habían ido acumulando los huesos en osarios y sepulturas. Hasta que llegó un día, en vísperas de la Revolución Francesa, cuando algunas fosas rebosantes de cadáveres se hundieron y el olor pútrido del atestado cementerio incitó a los habitantes no sólo a protestar, sino a organizar verdaderos tumultos, en que fue por fin cerrado y abandonado despues de amontonar los millones de esqueletos y calaveras en las catacumbas de Montmarttre. Una vez hecho esto, en el lugar del antiguo cementerio se erigió un mercado de víveres.
Fue aquí, en el lugar más maloliente de todo el reino, donde nació el 17 de julio de 1738 Jean-Batiste Grenouille. Era uno de los días más calurosos del año. El calor se abatía como plomo derretido sobre el cementerio y se extendía hacia las calles adyacentes como un vaho putrefacto que olía a una mezcla de melones podridos y cuerno quemado. Cuando se iniciaron los dolores del parto, la madre de Grenouille se encontraba en un puesto de pescado de la Rue aux Fers escamando albures que había destripado previamente. Los pescados, seguramente sacados del Sena aquella misma mañana, apestaban ya hasta el punto de superar el hedor de los cadáveres. Sin embargo, la madre de Grenouille no percibía el olor a pescado podrido o a cadáver porque su sentido del olfato estaba totalmente embotado y además le dolía todo el cuerpo y el dolor disminuía su sensibilidad a cualquier percepción sensorial y externa. Sólo quería que los dolores cesaran, acabar lo más rápidamente posible con el repugnante parto. Era el quinto. Todos los había tenido en el puesto de pescado y las cinco criaturas habían nacido muertas o medio muertas, porque su carne sanguinolenta se distinguía apenas de las tripas de pescado que cubrían el suelo y no sobrevivían mucho rato entre ellas y por la noche todo era recogido con una pala y llevado en carreta al cementerio o al río. Lo mismo ocurriría hoy y la madre de Grenouille, que aún era una mujer joven, de unos veinticinco años, muy bonita y que todavía conservaba casi todos los dientes y algo de cabello en la cabeza y, aparte de la gota y la sífilis y una tisis incipiente, no padecía ninguna enfermedad grave, que aún esperaba vivir mucho tiempo, quizá cinco o diez años más y tal vez incluso casarse y tener hijos de verdad como la esposa respetable de una artesano viudo, por ejemplo... la madre de Grenouille deseaba que todo pasara cuanto antes. Y cuando empezaron los dolores del parto, se acurrucó bajo el mostrador y parió allí, como hiciera ya cinco veces, y cortó con el cuchillo el cordón umbilical del recién nacido. En aquel momento, sin embargo, a causa del calor y el hedor, que ella no percibía como tales, sino como algo insoportable y enervante -como un campo de lirios o un reducido aposento demasiado lleno de narcisos-, cayó desvanecida debajo de la mesa y fue rodando hasta el centro del arroyo, donde quedó inmóvil, con el cuchillo en la mano.

Patrick Süskind. El Perfume.

“Todo sistema que, bajo una apariencia de humanidad o de beneficiencia, llevase a una monarquía bien ordenada a establecer entre los hombres una igualdad de deberes ya destruir las distinciones necesarias , conduciría pronto al desorden, consecuencia inevitable de la igualdad absoluta y produciría la subversión de la sociedad. El noble consagra su dignidad a la defensa del Estado y asiste con sus consejos al soberano.
La última clase de la nación que no puede otorgar al Estado servicios tan distinguidos, los suple con los tributos, la industria y los trabajos corporales.”

Solennelles. Amonestaciones del Parlamento de París. 4 de marzo de 1776

“Nuestra familia no cesaba de aumentar y la cuna estaba constantemente ocupada, aunque, ¡ay¡, la mano estranguladora de la muerte nos había arrancado de ella a alguno de sus pequeños ocupantes. Hubo tiempos, tengo que confesarlo, en que me parecía cruel llevar hijos en el vientre para perderlos luego y tener que enterrar amor y esperanzas en sus pequeñas tumbas (...). La mayor de mis hijas, Cristina Sofía, no vivió mas que hasta la edad de tres años, y también mi segundo hijo, Christian Gottlieb, murió a la más tierna edad. Ernesto Andrés no vivió más que unos pocos días más, y la niña que le siguió, Regina Juana, tampoco había llegado a su quinto cumpleaños cuando dejó este mundo. Cristina Benedicta, que vio la luz un día después que el del Niño de Belén, no pudo resistir el crudo invierno y nos dejó antes de que el nuevo año llegase a su cuarto día (...) Cristina Dorotea no vivió más que un año y un verano, y Juan Augusto no vio la luz más que durante tres días.
Así perdimos siete de nuestros trece hijos, (...) bondadosas mujeres de la vecindad trataban de consolarme diciendome que el destino de todas las madres es traer hijos a este mundo para perderlos luego, y que podía considerarme feliz si llegaba a criar la mitad de los que hubiese dado a luz.”

La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach.

*El libro es un texto anónimo, posiblemente escrito en el siglo XIX. No pertenece pues, a la segunda esposa del compositor, pero ilustra claramente la vida del mismo y el mundo en que se desenvolvió.
“Sí, hermanos, no es casualidad lo que os ha hecho nacer grandes y poderosos (se refiere al rey y la nobleza). Dios, desde el comienzo de los siglos, os había destinado a esta gloria temporal, señalándoos con el sello de su grandeza y separándoos de la muchedumbre por la magnificencia de los títulos y de las distinciones humanas.”

Massillón. Sermón sobre la consideración que los grandes deben a la Religión

“En más de siete octavas partes del reino de Francia, exceptuando los bosques y las viñas, todas las especulaciones, todos los esfuerzos del agricultor tienen por objeto cosechar trigo. Es la venta del trigo la que proporciona los fondos necesarios para satisfacer el pago del impuesto, la renta debida al propietario, todos los derechos de explotación. (...). La agricultura de la mayoría de las provincias de Francia (...) Puede ser considerada, por lo tanto, como una gran fábrica de trigo.”

Antoine Lavoisier. Informe a la Asamblea provincial del Orleanés. 1787.

“Los reyes son llamados justamente dioses, pues ejercen un poder similar al divino. Pues si consideráis los atributos de Dios, veréis cómo se encuentran en la persona de un rey (...). De la misma forma que es impío y sacrílego hacer un juicio sobre los actos de Dios, igualmente es temerario e inconsciente para un súbdito criticar las medidas tomadas por el rey.”

Jacobo I de Inglaterra. Reinó entre 1603 y 1625.

“La soberanía es el poder absoluto y perpetuo de la República (...). La soberanía no es limitada, ni en poder, ni en responsabilidad, ni en tiempo (...). es necesario que quienes son soberanos no estén de ningún modo sometidos al imperio de otro y puedan dar ley a los súbditos y anular o enmendar las leyes inútiles (...). Dado que, después de Dios, nada hay mayor sobre la tierra que los príncipes soberanos, instituidos per Él como sus lugartenientes para mandar a los demás hombres, es preciso prestar atención a su condición para, así, respetar y reverenciar su majestad con la sumisión debida, y pensar y hablar de ellos dignamente, ya que quien menosprecia a su príncipe soberano menosprecia a Dios, del cual es su imagen sobre la tierra.”
Jean Bodin. Los seis libros de la República. 1576.

“Al estar paralizados todos los ramos de actividad, los empleos cesaron, desapareciendo el trabajo y, con él, el pan de los pobres; y los lamentos de los pobres eran, ciertamente, muy desgarradores al principio, si bien el reparto de limosnas alivió su miseria en ese sentido. Cierto es que muchos escaparon al campo, mas hubo miles de ellos que permanecieron en Londres hasta que la pura desesperación les impulsó a salir de la ciudad, al solo fin de morir en los caminos y servir de mensajeros de la muerte, pues hubo quienes llevaron consigo la infección y la diseminaron hasta los confines más remotos del reino.
Muchos de ellos eran los miserables seres de objeto de la desesperación a que he aludido antes; y fueron aniquilados por la desgracia que sobrevino después, pudiendo decirse que perecieron, no por la peste misma, sino por sus consecuencias; señaladamente, de hambre y de escasez de todas las cosas elementales, sin alojamiento, sin dinero, sin amigos, sin medios para conseguir su pan de cada día ni nadie que se lo proporcionase, ya que muchos de ellos carecían de lo que llamamos residencia legal y por ello no podían pedir nada a las parroquias. (...).
Todo ello, si bien no deja de ser muy triste, representó una liberación, ya que la peste, que arreció de una manera horrorosa desde mediados de agosto hasta mediados de octubre, se llevó durante ese tiempo a unas treinta o cuarenta mil personas de estas, las cuales, de haber sobrevivido, hubieran sido una carga demasiado pesada debido a su pobreza.”

Daniel Defoe. Diario del año de la peste (referido a la epidemia de 1722).

“(…) Encendiose tanto en Barcelona la peste que no hubo calle corta y pequeña que fuese en la cual aquella no penetrase. Y apenas hubo casa secular habitada en la que no enfermase alguien. Pocas veces se ha visto pestilencia de contagio, que hiciese tanto daño a una ciudad como esta hizo a Barcelona. La población enfermaba de pestilencia de manera diferente. Algunos tenían tenía grano y vértula y poca o ninguna fiebre, y estos todos vivían. Otros tenían vertula sin grano, con fiebre pestilencial: de estos muchos morían. Otros tenían granos y vértula con fiebre pestilencia, y de estos, los que tenían el grano en los brazos o en las piernas, muchos la campaban, pero los que tenían el grano en los costados, en los pechos o en la cabeza casi todos morían.(...) Los que tenían los granos en la cabeza, tenían las vértulas correspondientes detrás de las orejas.(...)Al principio, los médicos, no acertaban en la curación porque sangraban y hacían guardar dieta, y no remediaban ni el grano ni la vértula. Después, a costa de muchos que murieron, comenzaron acertar el tratamiento no sangrando y dándoles caldo de gallina o pollo cada dos o tres horas, alternando con cordial o tríaca con agua escozonera. Los cirujanos aplicaban a los granos medicamentos para matarlos y a las vértulas les aplicaban ventosas para hacerlas salir al exterior y luego las maduraban con emplastes y si no se abrían por sí mismas, las abrían con lanceta o cauterio de fuego. Aplicaban también aceites a la cabeza de los pacientes para evitar que estos se volviesen frenéticos y pítimas al corazón y otros medicamentos, así, con buen concierto y orden, curaron a muchos y era tan fácil curar que muchos hombres y mujeres que habían servido a los apestados sabían muy bien curar.Duró la peste en Barcelona casi por espacio de ocho meses, esto es desde junio hasta principios de marzo (…). El número de muertos de peste en Barcelona, conforme al catálogo que yo vi, que fue remitido al rey don Felipe que estaba en Madrid de parte del señor obispo y de los conselleres de Barcelona, ascendió a 10.723.(…) . Y así aunque de los meses de junio, julio y agosto se envió relación a su Majestad, no fue tan segura ni rigurosa como la de los meses siguientes. Por lo cual se puede calcular que el número total de muertos de pestilencia en Barcelona sería de 12.000 a 13.000 personas más o menos. Esta es la verdadera y fiel relación de la predicha pestilencia de Barcelona, la cual yo he podido escribir como testimonio de vista por estar presente y haber visto todo su discurso.” Relato de Père Gil sobre la epidemia de peste sufrida en Barcelona en 1589. Cipolla contra el enemigo mortal e invisible.C. M. Cipolla. Contra el enemigo mortal e invisible.


“A principios de marzo, al aumentar la penuria, vinieron a esta ciudad unos tres mil pobres, la mayor parte de los cuales, negros, tostados por el sol, extenuados, débiles y en malas condiciones, daban muestras evidentes de su necesidad (...). Y estos pobrecillos que iban vagando por la ciudad, destruidos por el hambre (...), morían de cuando en cuando por las calles, por las plazas y bajo el palacio (...). Debiéndose, por los presentes sucesos, deducir una advertencia para saber cómo comportarse en el futuro, se recuerda que sería necesario socorrer a los pobres de los pueblos mandándoles grandes y suficientes limosnas, prohibiéndoles después rigurosamente la entrada en la ciudad, poniendo guardias en las puertas y haciéndoles salir cuando hubieran entrado. Porque actuando de este modo se conseguirá la preservación de la patria de los inminentes males contagiosos, malignos y epidémicos y se esquivará el tedio y el tormento insoportable, el horror y el espanto que implica una multitud rabiosa de gente medio muerta que asedia a todo el mundo por las calles, por las plazas, por las iglesias y a las puertas de las casas, de modo que no se puede vivir con un hedor que apesta, con continuos espectáculos de moribundos muertos y, sobre todo, con tantos rabiosos que no se los puede sacar uno de encima sin darles limosna, y a quien uno da acuden ciento, y quien no lo ha experimentado no se lo cree.”
Medidas que un médico aconseja tomar en el futuro a raíz de la hambruna de 1629 en Bérgamo (Italia).

C. M. Cipolla. Contra el enemigo mortal e invisible.

“Dios estableció a los reyes como sus ministros y reina a través de ellos sobre los pueblos (...)
Los príncipes actúan como los ministros de Dios y sus lugartenientes en la tierra. Por medio de ellos Dios ejercita su imperio. Por ello el trono real no es el trono de un hombre sino el de Dios mismo.
Se desprende de todo ello que la persona del rey es sagrada y que atentar contra ella es un sacrilegio.”
Bossuet. La política según las Sagradas Escrituras. Libro III.

“El orden eclesiástico no compone sino un solo cuerpo. En cambio la sociedad está dividida en tres ordenes. Aparte del ya citado, la ley reconoce otras dos condiciones: el noble y el siervo, que no se rigen por la misma ley.
Los nobles son los guerreros, los protectores de las iglesias. Defienden a todo el pueblo, a los grandes lo mismo que a los pequeños y al mismo tiempo se protegen a ellos mismos. La otra clase es la de los siervos. Esta raza de desgraciados no posee nada sin sufrimiento. Provisiones y vestidos son suministrados a todos por ellos, pues los hombres libres no pueden valerse sin ellos. Así pues, la ciudad de Dios, que es tenida como una, en realidad es triple. Unos rezan, otros luchan y otros trabajan. Los tres ordenes viven juntos y no sufrirían una separación. Los servicios de cada uno de estos ordenes permiten los trabajos de los otros dos. Y cada uno a su vez presta apoyo a los demás. Mientras esta ley ha estado en vigor el mundo ha estado en paz”.
Del monje Adalberón en su obra Carmen ad Robertum regem francorum, año 998.
La estructura social que Adalberón defiende en la Alta Edad Media estuvo vigente -con cambios- durante ocho siglos más. Desaparecería a finales del siglo XVIII en Francia y durante el XIX por el resto de Europa debido a la acción de las revoluciones burguesas.En este texto se aprecia cómo el monje justifica la desigualdad estamental desde una perspectiva religiosa. Dios quiere, según indica, que cada grupo social cumpla una determinada función y establece una clara distinción entre los tres órdenes.
La Nobleza
Junto con el clero, constituía uno de los grupos privilegiados de la sociedad del Antiguo Régimen. Estaba integrado una minoría, pero con un gran poder económico y político.
· Era propietaria de grandes latifundios.
· Estaba exenta del pago de impuestos.
· Recibía elevadas rentas de los campesinos.
· Detentaba importantes cargos políticos y militares.
· Jurídica y legalmente sus miembros ostentaban privilegios que heredaban por nacimiento.
· Se confinguraba como un grupo heterogéneo: no todos sus miembros gozaban de la misma importancia y posición económica.
Una sociedad estamental
Una sociedad estamental es aquella organizada en estamentos. En la del Antiguo Régimen éstos constituían grupos cerrados a los que se accedía fundamentalmente por nacimiento. Aunque podía haber alguna escasa posibilidad de trasvase de uno a otro grupo (ennoblecimiento por méritos, compra, etc), lo que caracterizaba esa sociedad eran la estabilidad y la inercia. A diferencia de la capitalista, dividida en grupos en función de su riqueza y, por tanto más variable y dinámica, la estamental era casi inmutable.
Cada estamento se correspondía con un estrato o grupo definido por un común estilo de vida y análoga función social. Era impermeable, es decir, sus miembros no podían mudar de condición.
Jurídicamente era desigual. Cada una de las personas que lo componía era portadoara o no de privilegios, en función de su pertenencia a una u otra categoría. Los privilegios consistían en la exención de obligaciones (impuestos) y el derecho a ventajas exclusivas. Duques de Osuna
Cardenal Había un estamento privilegiado en el que se incluían la nobleza y el clero y otro no privilegiado que englobaba en su seno al resto de los estratos sociales: burgueses, artesanos, campesinos y grupos marginales.
Al estamento privilegiado se accedía (salvo en el caso del clero) por nacimiento o por concesión especial del monarca. A partir del siglo XVII cada vez se hizo más corriente que individuos burgueses alcanzaran el ennoblecimiento mediante la compra de títulos al monarca. Campesina
La rígida sociedad estamental entró en crisis a raíz de los cambios que fueron produciéndose a lo largo del siglo XVIII, que llevaron consigo el fortalecimiento de una burguesía rectora de gran parte de la economía.
Casa burguesa No conforme sin embargo con su opulencia económica los burgueses fueron reivindicando también derechos políticos y prestigio social, algo que no estaban dispuestos a conceder los privilegiados. Esa discriminación empujará a la burguesía en ascenso hacia la acción revolucionaria cuyo objetivo será la destrucción de los privilegios feudales.
A finales del siglo las contradicciones del sistema estamental se hicieron cada vez más patentes. Esto sucedió de manera especial en Francia, donde en 1789 estalló una revolución que abrió paso a otros tantos procesos que fueron dessarrollándose a lo largo del siglo XIX e implicaron el fin del sistema feudal. Sobre las ruinas de la sociedad del Antiguo Régimen se erigió la sociedad capitalista. Niño mendigo
Una economía de base agraria
Arado tirado por bueyes Tres cuartas partes de la población activa se concentraban en el sector primario.
La industria era tipo artesanal y conservaba todavía rasgos gremiales. Los talleres artesanos empleaban un reducido número de trabajadores, siendo la maquinaria escasa y las fuentes de energía la humana, animal o la proporcionada por el agua o el viento. La especialización era limitada, lo que significaba que el proceso de trabajo invertido en la creación de mercancías era controlado de principio a fin por una misma persona o un escaso número de operarios. Hilandera
Comercio marítimo Predominaba el comercio a larga distancia, los intercambios internos eran escasos y complicados debido a las deficientes comunicaciones y la inexistencia de un mercado unificado.
El desarrollo urbano era escaso. La aldea constituía el centro de organización y producción.
Pocas ciudades superaban los 50.000 habitantes. A mediados del siglo XVIII el ciclo demográfico sufrió significativas alteraciones debidas esencialmente a una disminución de la mortalidad.
Estas transformaciones llevarían consigo un incremento de la población acompañado del trasvase de habitantes desde el campo a la ciudad, lo que repercutió en el desarrollo sin precedentes del URBANISMO. Londres. S. XVIII
Latifundio La estructura de la propiedad era de carácter señorial, cimentada en grandes latifundios cuyos propietarios percibían cuantiosas rentas de carácter feudal procedentes de una gran masa de CAMPESINOS desprovistos de tierras.