lunes, 26 de abril de 2010

Pensadores del siglo XVIII: Rousseau

El primer pensador moderno en plantear el conflicto entre libertad e igualdad
Rousseau: la democracia directa
La voluntad general como expresión de libertad
Muchos escritores antes que Rousseau, habían hablado del pueblo y clamado por sus
derechos. Pero en general, por “pueblo” entendían en principio, el discriminado tercer
estado de prósperos y respetables comerciantes, abogados e intelectuales. Rousseau es
el primer escritor político moderno que era del pueblo: las sumergidas, inarticuladas
masas de la “petit bourgeoisie”, los pobres artesanos y trabajadores, los campesinos,
los “déclassés”, para los cuales no había lugar ni esperanza en el orden de cosas
existentes
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) nació en una pobre
familia de ginebra donde sus antepasados franceses habían
huido por razones religiosas en el siglo XVI. [1] En el
desarrollo de su pensamiento, Rousseau parte de Maquiavelo –
por quien profesaba una gran admiración y a quien creía un
republicano sincero— y del estudio de la antigüedad clásica,
pero sobre todo de la jerarquizada y rígida Esparta,
conservadora y cerrada sobre sí misma, mucho más que de la
dinámica y democrática Atenas, en donde veía excesos y
corrupción.
En 1750 recibió el primer premio de la Academia de Dijón por su primer trabajo: “Un
discurso sobre los efectos morales de las artes y la ciencias”. Su tesis era opuesta a la de
la época: “Nuestras mentes han sido corrompidas en la misma proporción que las artes y
ciencias han progresado”. Anticipándose a sus propios puntos de vista posteriores sobre
educación en el Emilio (1762) Rousseau escribe en su primer “Discourse” que la
educación tradicional es demasiado vocacional y demasiado especializada, lanzando una
acusación tan actual hoy como en 1749: “Nosotros tenemos médicos, geómetras,
químicos, astrónomos, poetas, músicos y pintores... pero no tenemos más un ciudadano
ante nosotros”.
En 1755 Rousseau publica el “Discurso sobre economía política”, primer acercamiento
constructivo a una teoría del Estado y cuya importancia radica en que fue la primera
exposición de su concepto de la voluntad general, su contribución más original a la
filosofía política. Cuando en 1762 publicó su “Contrato Social”, sus principales ideas no
fueron el resultado de una repentina inspiración sino fruto de una maduración a lo largo
de años, parcialmente expresada ya en sus discursos.
- 2 -
Cada miembro del cuerpo político es
simultáneamente, ciudadano y súbdito
En el desarrollo de su concepto de la voluntad general, Rousseau pone distancia con
respecto al absolutismo de Hobbes. Pero también se aparta del liberalismo de Locke. El
soberano de Rousseau es el pueblo, constituido como comunidad política a través del
contrato social.
Mientras que en Locke el pueblo transfiere el ejercicio de su suprema autoridad,
legislativa, ejecutiva, judicial, a órganos de gobierno, el concepto de Rousseau de
soberanía inalienable e indivisible no le permite al pueblo transferir su función
legislativa, la suprema autoridad, al Estado.
En cuanto a las funciones ejecutiva y judicial, Rousseau se da cuenta que tienen que ser
ejercidas por órganos especiales de gobierno, pero ellos están completamente
subordinados al pueblo soberano y no hay insinuación o sugestión de separación o
balance de poderes.
¿Una visión organicista del Estado?
Mientras que Hobbes identifica el soberano con el gobernante que ejerce la soberanía,
Rousseau traza una clara distinción sobre soberanía –que siempre y completamente
reside en el pueblo— y el gobierno que es un agente temporario (como en la concepción
de Locke) del pueblo soberano.
Fundamentalmente altera el concepto mecanicista del Estado como un instrumento
(compartido tanto por Hobbes como por Locke) y revive la teoría orgánica del Estado,
que se remonta a Platón y Aristóteles.
La voluntad general no es la simple suma de las voluntades de todos. Es algo diferente.
Rousseau se inclina (al afirmar el principio de que la soberanía es inalienable e
indivisible) por el sistema de democracia directa. Un aporte capital de Rousseau al
pensamiento político, es su afirmación de que cada miembro del cuerpo político es
simultáneamente ciudadano y súbdito. Ciudadano, “miembro del soberano”, en cuanto
participante de la actividad del cuerpo político (llamado “soberano” en su faz activa y
“Estado” en su aspecto pasivo). Súbdito en cuanto se somete a las leyes, votadas por ese
cuerpo político, por ese soberano del cual es miembro [2].
Obligado a ser libre
Pero esto lo conduce a un problema de difícil solución: ¿Cómo explicar la situación que
queda, frente a una decisión democrática, la opinión u opiniones en minoría? Si la
voluntad general, fruto del contrato social, es la manifestación superior del cuerpo
político, ¿cómo explicar el disenso?
Dice Rousseau en El Contrato social: “En efecto, cada individuo puede, como hombre,
tener una voluntad contraria o desigual a la voluntad general que posee como
- 3 -
ciudadano: su interés particular puede aconsejarle de manera completamente distinta
de la que le indica el interés común...”
Si alguien, contrariando a la voluntad general, quisiera seguir sus intereses particulares,
¿sería justo? Gozar “de los derechos de ciudadano sin querer cumplir o llenar los
deberes de súbito” sería una “injusticia cuyo progreso causaría la ruina del cuerpo
político”.
“A fin de que este pacto social no sea, pues, una vana fórula, él encierra tácitamente el
compromiso, que por sí solo pude dar fuerza a los otros, de que, cualquiera que rehúse
obedecer a la voluntad general, será obligado a ello por todo el cuerpo; lo cual no
significa otra cosa sino que se le obligará a ser libre...”
Rousseau reconoce que en el gobierno popular directo la unanimidad, en la práctica, es
imposible y que el voto de la mayoría restringe, anula, la opinión de la minoría. Cuando
un ciudadano objeta una ley propuesta en una asamblea y se encuentra a sí mismo en
minoría, no por eso pierde su libertad, su voto minoritario prueba que o reconoce la
voluntad general y la mayoría por ello puede gobernar sobre él.
Obedeciendo la voluntad general se alcanza la libertad moral del individuo, y si él se
rehusa a obedecer, debe ser obligado a ello.
La “voluntad general”, ¿germen de totalitarismos?
Esta extrema formulación de Rousseau –el hombre puede ser obligado a ser libre,
puesto que su libertad no es lo que él piensa sino lo que él debe pensar que es--, podrá
ser fácilmente usado por Hegel y, más tarde, por los modernos idólatras de un Estado
total. Por ello es que, a partir de Rousseau, comienzan a trazarse firmemente dos
tendencias: una construcción mecanicista de la teoría política liberal, que interpreta el
bien general como el producto final de todas las voluntades e intereses individuales, y
una exageración del elemento orgánico –presente en el pensamiento roussoniano pero
que el ginebrino jamás imaginó-- para propósitos totalitarios.
Tal vez debiéramos recordar lo que Cassirer dice a propósito de Maquiavelo. El siglo
XX vio el crecimiento y desarrollo de totalitarismos que anularon el individuo y la
libertad. Su proyección puede transformarse en una lente de aumento que magnifica
conceptos de un autor que convencidamente buscaba la realización de un ideal
igualitario que tuviera por fin la libertad.
Desde que el pensamiento democrático surgiera hace 2.500 años en Grecia, llevó
implícito un problema de crucial trascendencia: el equilibrio, la “debida tensión”, entre
el concepto de libertad y la búsqueda de la igualdad real (y no tan sólo jurídica). Pero
Rousseau fue el primer pensador moderno en plantearlo de manera dramática y en toda
su crudeza.
Notas
[1] William Ebenstein, Great Political Thinkers, Plato to the Present, (1956)
[2] Jean-Jacques Chevallier, Les grandes oeuvres politiques, de Machiavel a nos jours,
París, Armand Colin

No hay comentarios:

Publicar un comentario